El tendeparabólico
-¡Ay, ay! ¡Que me ataca! –al escuchar sus gritos al otro lado de mi ventana, me he visto en la obligación de escribir unas instrucciones para papás torpes, como lo es el mío, para algo tan simple como es tender la colada.
Lo mejor para secar la ropa es el Tendeparabólico, solución sencilla pero peligrosa.
Se puede comprar en la ferretería del barrio, no en establecimientos de “todo a un euro”, ni en gasolineras o en fruterías extrañas. Allí, en la tienda, se ha de preguntar con dulzura y naturalidad por los distintos tipos de tendeparabólicos que poseen. Hay que elegir uno que haga juego con tu color preferido de calcetines. El más habitual es uno rectangular, hecho con tubo metálico, forrado con plásticos de varios colores y con múltiples hilos en su interior.
Los sitios más adecuados para usarlo son la terraza, una habitación o el comedor central. Junto al televisor será una perfecta elección ya que tiene la virtud de ayudar a sintonizar mejor los partidos del Atlético. Lo importante de la elección es la seguridad: si es en la terraza, deberá tener una barandilla alta para evitar posibles fugas de la ropa (son expertas en librarse ágilmente de las pinzas); y si es dentro de una habitación, no deberá haber estanterías al lado ya que el tendeparabólico es un ser animado y tiene mal genio cuando se le pisa indebidamente.
Antes de utilizarlo, hay que cortar el envoltorio con sumo cuidado: ¡los tubos tomarán vida una vez se hayan visto liberados, pudiendo atacar a los padres!
Conseguido esto, quitar después la argolla que sujeta los tubos que salen de la armadura principal y levantarlo. Se observará que dos patas se abren de improviso formando una gran “X” que sustentarán al gran rectángulo. Después hay que fijar las patas con un golpecito. Es muy importante realizar esto con la máxima precisión, en ningún momento tu padre deberá introducir la cabeza entre las patas y la estructura superior. Si el artefacto la detectase, se podría encoger propinándole un golpe seco de kárate.
Si tu papá se encuentra alterado o está nervioso, es aconsejable que antes de proceder a extender las antenas, pise la pata del cachivache. Esto le dará seguridad y evitará cualquier tentación dañina del tendeparabólico.
Antes de proceder a colgar en él tus pantalones, camisetas y demás ropa, se deberá asegurar la estructura del tendeparabólico poniendo en sus patas dos botellas. Han de estar llenas, pero no de líquidos con burbujas, así tu padre no podrá poner sus cervezas o la botella de cava que guarda para Navidad. El aire puede agitarlas, reventar sus tapones y fastidiar la colada, ya que determinadas prendas, sobre todo las camisetas de Zara, son propensas a celebrar victorias imaginarias. Lo más recomendable es, por tanto, que estén llenas con agua del grifo.
Con esto ya está listo para ser utilizado, pero que tu papá no se confíe ya que el tendeparabólico es un ser endemoniado procedente de otros mundos. No dispone de pilas, ni de fuerza motriz conocida en la tierra, pero sí de unos sensores muy especiales que ante la más mínima señal de indefensión o descuido, se activará. Por eso, para asegurarse de su estado de ánimo, que tu padre lo toque y lo zarandee un poco. Si no reacciona, puede comenzar a colocar la ropa.
Para recogerlo será esencial que tu papá lo haga al revés y que nunca, nunca, meta sus narices ni cualquier parte de su cuerpo dentro del rectángulo principal, porque seguro que el tendeparabólico le atacará: ¡tiene vida propia y está programado para agredir!
¡Si no, que se lo pregunten a mi padre: menudo chichón tiene!
[Paula Nieto Arranz. 1º ESO A
1er premio de relato corto]
-¡Ay, ay! ¡Que me ataca! –al escuchar sus gritos al otro lado de mi ventana, me he visto en la obligación de escribir unas instrucciones para papás torpes, como lo es el mío, para algo tan simple como es tender la colada.
Lo mejor para secar la ropa es el Tendeparabólico, solución sencilla pero peligrosa.
Se puede comprar en la ferretería del barrio, no en establecimientos de “todo a un euro”, ni en gasolineras o en fruterías extrañas. Allí, en la tienda, se ha de preguntar con dulzura y naturalidad por los distintos tipos de tendeparabólicos que poseen. Hay que elegir uno que haga juego con tu color preferido de calcetines. El más habitual es uno rectangular, hecho con tubo metálico, forrado con plásticos de varios colores y con múltiples hilos en su interior.
Los sitios más adecuados para usarlo son la terraza, una habitación o el comedor central. Junto al televisor será una perfecta elección ya que tiene la virtud de ayudar a sintonizar mejor los partidos del Atlético. Lo importante de la elección es la seguridad: si es en la terraza, deberá tener una barandilla alta para evitar posibles fugas de la ropa (son expertas en librarse ágilmente de las pinzas); y si es dentro de una habitación, no deberá haber estanterías al lado ya que el tendeparabólico es un ser animado y tiene mal genio cuando se le pisa indebidamente.
Antes de utilizarlo, hay que cortar el envoltorio con sumo cuidado: ¡los tubos tomarán vida una vez se hayan visto liberados, pudiendo atacar a los padres!
Conseguido esto, quitar después la argolla que sujeta los tubos que salen de la armadura principal y levantarlo. Se observará que dos patas se abren de improviso formando una gran “X” que sustentarán al gran rectángulo. Después hay que fijar las patas con un golpecito. Es muy importante realizar esto con la máxima precisión, en ningún momento tu padre deberá introducir la cabeza entre las patas y la estructura superior. Si el artefacto la detectase, se podría encoger propinándole un golpe seco de kárate.
Si tu papá se encuentra alterado o está nervioso, es aconsejable que antes de proceder a extender las antenas, pise la pata del cachivache. Esto le dará seguridad y evitará cualquier tentación dañina del tendeparabólico.
Antes de proceder a colgar en él tus pantalones, camisetas y demás ropa, se deberá asegurar la estructura del tendeparabólico poniendo en sus patas dos botellas. Han de estar llenas, pero no de líquidos con burbujas, así tu padre no podrá poner sus cervezas o la botella de cava que guarda para Navidad. El aire puede agitarlas, reventar sus tapones y fastidiar la colada, ya que determinadas prendas, sobre todo las camisetas de Zara, son propensas a celebrar victorias imaginarias. Lo más recomendable es, por tanto, que estén llenas con agua del grifo.
Con esto ya está listo para ser utilizado, pero que tu papá no se confíe ya que el tendeparabólico es un ser endemoniado procedente de otros mundos. No dispone de pilas, ni de fuerza motriz conocida en la tierra, pero sí de unos sensores muy especiales que ante la más mínima señal de indefensión o descuido, se activará. Por eso, para asegurarse de su estado de ánimo, que tu padre lo toque y lo zarandee un poco. Si no reacciona, puede comenzar a colocar la ropa.
Para recogerlo será esencial que tu papá lo haga al revés y que nunca, nunca, meta sus narices ni cualquier parte de su cuerpo dentro del rectángulo principal, porque seguro que el tendeparabólico le atacará: ¡tiene vida propia y está programado para agredir!
¡Si no, que se lo pregunten a mi padre: menudo chichón tiene!
[Paula Nieto Arranz. 1º ESO A
1er premio de relato corto]
¡Otra vez el abuelo!
Llovía, y bajo el porche de la vieja casa de pueblo, nos resguardábamos del agua. Era una tarde de abril en la que, mientras en otros muchos lugares del país se celebraba la Semana Santa, nosotros nos encontrábamos allí, alrededor de una improvisada mesa con una puerta vieja y dos borriquetas ya descoloridas por los años. ¡Otra vez el abuelo!, sus ojos mirando a ninguna parte, su mano izquierda acariciando a Bruno, ese amigo fiel del que nunca se separa, y sus labios poco a poco empezando a relatar. –Otra de la guerra no, por favor –murmura la nuera a la que en los últimos días no ha dejado de relatar todos los avatares de la misma. Pero él habla, quizá para nadie, o quizá para recordarse a sí mismo toda su vida, y yo, casi sin pestañear, a su lado. Me gustan sus historias, son reales, no tienen ficción y las cuenta con tanto cariño. Aunque a veces, los recuerdos de la gente ya desaparecida, le humedezcan sus ojos.
Recuerda esa historia que siempre que la contaba reía a carcajadas. Blasa, aquella vecina fina y estirada que siempre se fijaba como iban los demás, acudió una fría mañana de invierno al mercado. El frío era húmedo y se filtraba por los huesos por lo que decidió bajar con su pijama bajo la falda, remangado lo suficiente para que no se viera. Ya en el mercado unos y otros la miraban, y ella, orgullosa y presumida, estiraba tanto el cuello como un avestruz. Por fin, el frutero, un jovenzuelo atrevido, la miró y se echó a reír. Todos los allí presentes rompieron en una gran carcajada e incluso Blasa, que desconocía el porqué de aquel alboroto, empezó a reírse como los demás. -¡Señora, usted ha olvidado quitarse el pijama esta mañana!- y la señora Blasa, roja como los tomates que compraba en ese momento, miró sus pantalones asomando por el bajo de su falda.
Como cada viernes, acudo a su encuentro, pero su silla está vacía. –He llegado tarde, o quizá demasiado pronto-, y enseguida me doy cuenta de la verdad. Esa silla no se ocupará ni hoy ni mañana, porque el abuelo se ha marchado igual que llegó, en silencio, sin molestar a nadie. ¿Qué voy a hacer ahora?, y como sin darme cuenta, comienzo a contar sus historias, como hacía él, sin esperar si alguien me escucha o no.
[Lorena Pancorbo Vacas. 4º ESO B
2º premio de relato corto]
Mnemotecnia
Se despertó teniendo la certeza de que había soñado que encontraba en un cajón la palabra que llevaba buscando desde ayer. No exactamente en un cajón, sino al tocar el tirador del cajón para abrirlo y ver si estaba dentro: en ese mismo instante recordó la palabra. Pero no podía recordarla. Recordaba el sueño, se veía adelantando la mano hacia el mueble, rodeando con sus dedos el tirador de la madera, llevándosela de golpe a la frente al recordarla, pero era incapaz de que volviera, ya despierto, a su memoria. Claro que eso no era nuevo porque normalmente no recordaba sus sueños. Pero ahora sentía más rabia: se podía decir que casi lo había tenido en la mano, que lo había tocado con los dedos y que lo había dejado escapar.
Y no se sentía con fuerzas ni para pasarse otra vez todo el día buscando la palabra –con efe, seguro que es con efe- ni mucho menos para intentar reconstruir minuciosamente todo el sueño.
En su propio cansancio encontró la solución: se levantó, fue a la sala y se detuvo delante del mueble de cajones. Alargó la mano y cerró los ojos mientras la posaba en el tirador.
[Alberto Fernández García. 3ºESO D
3er premio de relato corto]
Me ha encantado el de Paula! Es muy original! XD
ResponderEliminarEl último creo que no lo entiendo ._. pero nada. Creo que necesito volver a leerlo ^^U