Nunca olvidare el día en el que terminé de perder lo poco que quedaba de mi honestidad, cuando aprovechando el gentío que se formaba en torno a la calle Leganes el día de la cabalgata de Reyes robé todo lo que pude de los bolsos de ancianas y madres para obtener mi dosis de coca.
Recuerdo las risas en las calles, la música sonando, las carrozas desfilando, los niños saltando de alegría y a las mujeres prestando tanta atención a sus hijos, que olvidaban que había gente como yo. Lo recuerdo tan bien, como lo poco que me importó todo eso, como lo poco que me importó arruinarles la fiesta a esas familias.
Todo iba bien, mi negocio estaba dando sus frutos, pero en el cuarto robo un hombre me vio, y antes de que se me echara encima, pude salir corriendo y perderme entre la gente. Cuando estuve lo suficientemente lejos y a solas, empecé a hurgar en los bolsillos para ver cual había sido mi recaudación. Sonreí satisfecho mientras marcaba el número de mi camello. Tenía lo suficiente.
MARINA GONZÁLEZ BEAS, 3ºD.
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