El pozo
En un oscuro y profundo bosque se encontraba un pozo, pero no era un pozo normal, era un pozo de los deseos. Antiguamente, la gente viajaba desde lejanos lugares para poder pedirle un deseo que lo complaciera. Pero la gente desconocía que el pozo no daba nada sin algo a cambio, y hasta nuestros días nadie lo supo hasta que llegué yo.
Llegó el día en que mi instituto se fue de excursión a la sierra. Todo empezó bien hasta que llegamos a una amplia y verde pradera. Allí descansaríamos un rato, me tumbé sobre la hierba y cerré los ojos e imaginé que sobrevolaba las escarpadas montañas tal como lo hacían las aves que habitaban aquel maravilloso lugar. Abrí los ojos, las primeras gotas de la tormenta empezaron a caer sobre mi cara. No había nadie. El ambiente estaba cargado, hacía viento y los árboles chillaban al tener el contacto del viento sobre sus hojas. Me levanté y me fui corriendo. El suelo estaba resbaladizo y me caí por una gran ladera. Cuando iba recuperando vagamente la conciencia pude observar un pozo. Las flores que se hallaban a su lado estaban mustias y las piedras del pozo estaban muy erosionadas por la acción del tiempo. Me acerqué, había grabadas unas letras en latín, mi hermana me enseñó una vez un poco de esa lengua. Pude leer con dificultad: “Pozo del deseo”.
“Espero que sea cierto” pensé. Me asomé al pozo y no pude ver nada. Dije el deseo en voz alta repetidas veces, hasta que algo o alguien que aún desconozco me lanzó al pozo.
Mientras caía pensé que había hecho una estupidez. Pedí reencontrarme con mi familia y no caí en la cuenta de que… ellos estaban muertos y mi pago por estar con ellos, era mi propia alma.
LUCÍA CARRACEDO
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