DIARIO DE UNA MUJER MUERTA
Dulce Chacón
Me desperté de madrugada, huyendo del terror del sueño.
Él tenía su mano apoyada en mi cadera.
El día de nuestra boda, cuando el amor brillaba en mi
anillo de recién casada, mi marido me juró por su vida:
Te querré hasta la muerte.
Y yo le creí.
La primera vez que me hizo sangrar, no imaginé que
empezaba a cumplir su juramento.
Así.
Yo siempre le perdono. Llora, y yo le perdono. Sonríe
cuando llora. Tiene los ojos grises, y se llama Manuel.
Hay que aguantar. Lo que Dios ha unido no debe
separarlo el hombre. Eso me dice siempre mi madre. Y ayer me lo repitió, por la
tarde, cuando le pedí que me acogiera en su casa.
La enfermera de urgencias miró a mi marido, cuando él le
dijo que me había caído por las escaleras. Después me miró a mí.
Y yo, miré al suelo.
Él dice que las
cosas se arreglan en la cama. Y me ha obligado a demostrarle que le quiero.
Hemos hecho el amor.
Me dolía enormemente la costilla.
La vecina del tercero me ha ofrecido su ayuda. Oye mis
gritos por el patio de luces.
Los demás vecinos cierran las ventanas.
¿Sabe usted dónde se está metiendo?, me preguntó el juez,
la primera vez que presenté una denuncia. Después me aconsejó que regresara a
mi casa.
Y yo volví.
Al principio, le gustaba mi risa, y mi manera de hablar.
Ahora me dice a menudo, y siempre a gritos, que cuando abro la boca le
avergüenzo delante de sus amigos y que es él quien hace el ridículo.
Vida mía, me dice muchas veces. Vida mía.
Y luego repite: mía, mía.
Esta vez, le han puesto una multa. La ha pagado con
dinero de la cartilla. Y me ha advertido que sale muy barato pegarme, y que no
le ponga en evidencia nunca más.
Yo le quería, le quise desde el primer momento, desde que
le vi.
Hoy he vuelto a perdonar.
Ayer a mediodía,
mi marido me llamó puta. Por la tarde compró una lata de gasolina y la guardó
debajo del fregadero.
Puta. Puta.
Se despertará. Si sigo temblando, se despertará. Y el día
comenzará demasado pronto.
He de controlar este temblor. Debo intentar volver a
dormir, con su mano sobre mi cadera.
Hoy le he devuelto mi anillo de casada. Él lo ha apretado
en el puño.
Yo he corrido al tercer piso.
Mi marido ha llegado unos segundos después. Me ha
obligado a ponerme la alianza, me ha llevado de regreso a casa, a empujones, y
le ha gritado a la vecina que se meta en sus asuntos.
Tendríamos que haber cerrado la puerta.
Yo tenía que haber corrido más, huido antes.
Se ha levantado de la siesta de mal humor. Me ha mirado y
se ha ido al fregadero.
Ahora vuelve hacia mí.
Huele a gasolina. Y él me está mirando a los ojos. Me
llama puta. Sin dejar de mirarme, da un
paso hacia atrás y me arroja un líquido frío a la cara.
Huele a gasolina.
Tiene los ojos grises y una lata vacía en la mano. Ha
prendido una cerilla. Y se llama Manuel.
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