“¿Has oído aquella historia sobre
un piojo de ciudad y un piojo de campo que reencuentran en la carretera? El
piojo de ciudad pregunta: “¿Entonces, hermano de campo, hacia dónde te diriges?”.
El piojo de campo le dice: “A la ciudad ¿y tú?”. “Voy a buscar algo para
comer”. “Olvídalo. Yo voy a la ciudad a buscar comida”. Cuando el piojo de
ciudad le preguntó por qué, le dice: “En el campo lavan la ropa tres veces al
día y si no encuentran nada, la golpean con un palo y lo que sale se lo meten
en la boca. Si no nos golpean hasta la muerte acaban por comernos. He podido
escapar vivo porlos pelos”. El piojo de campo relató entre lágrimas su
desdichada historia. El piojo de ciudad lanzó un suspiro y dijo: “Estaba
convencido de que las cosas irían mejor en el campo que en la ciudad. Nunca
pensé que las cosas estuvieran tan mal. En la ciudad todo el mundo viste de
seda y satén, una capa tras otra. Lavan la ropa tres veces al día y se cambian
cinco veces. Nunca veo ni un trocito de carne. Si no nos mata el acero, lo hará
el agua. He escapado con vida por los pelos”. Los dos piojos lloraron el uno
sobre el hombro del otro durante unos instantes y, cuando se dieron cuenta de
que no tenían dónde ir, saltaron a un pozo y se ahogaron.
Jinju se moría de risa.
̶ Papá, te lo acabas de inventar.
Con el sonido de la risa de su
hija en sus oídos, Cuarta Tía se sorbió la nariz y engulló un piojo,
apesadumbrada por los recuerdos de los días felices.
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