lunes, 4 de junio de 2012

SOBRE GUSTOS ESTÁ TODO ESCRITO XXXVIII



-Cantábamos
mientras se batía la comba sobre la arena con su latigazo sordo. Para entrar
había que estar atenta, anticipar el movimiento de la comba, la velocidad,
amoldándola al estribillo de la canción. Una vez dentro, una se sentía
despojada y tensa, como si cada uno de los latigazos de la cuerda se produjera
cerca de la boca o en el interior del estómago. Cada golpe era una vuelta al
mundo, inmediata y velocísima, que había que aceptar. Y también el juego del
escondite: nos agachábamos detrás del árbol y una se convertía un poco en
árbol; si no movía era invisible. Tenía que permanecer allí, arrodillada,
sintiendo en las rodillas los granos gordos de la arena del jardín que luego
dejaba su marca sobre la piel hasta que decían el nombre de una, y había que
salir corriendo para salvarse.
-o-o-o-o-
-Esa
manera de espiar
es el primer acto efectivo de amor de las niñas a Marina.
Ella
lo saborea como una comida preciosa; ahora debe ser fiel a ese acto de amor.
Como siempre, como cualquier acto de amor, también en éste hay una naturaleza
comprometedora y urgente, la obliga a encerrarse cada vez más en su decisión
para salvaguardar el amor que ha provocado. Si ese gesto se prolongara hasta el
infinito a Marina le sucedería lo que a muchos amantes; acabaría siendo esclava
más del gesto que del impulso que lo produjo, entonces estaría encerrada en el
gesto,
no vería mas que el gesto
y se obligaría
a su repetición.
-o-o-o-o-

Nada acerca tanto a dos seres como tener miedo juntos.
-o-o-o-o-

Todavía desnuda, inmóvil, antes incluso de que le pusiéramos
el vestido, la muñeca esperaría su rostro.

Allí se abriría la segunda puerta del juego, la que daba
miedo, porque quién sabe que hay detrás de esa puerta cerrada. Siempre se tiene
miedo allí. Se teme una especie de terrible aventura. Lo que llega, sin
embargo, es desconcertante.

Es necesario cerrar los ojos.

Se entra entonces como en un sueño.


-o-o-o-o-


No se está fuera, sino dentro de algo, por eso pueden
dejarse caer en ella los secretos. Se acercan los labios hasta su oído y se
susurra:

-Muñeca, yo...

Y entonces la muñeca se encoje emocionada, porque ahora sabe
el secreto, aunque no pueda decirlo.

Muñeca de brazos tristes, de
vestido azul, pobre cosa caída que sabes los secretos.

selección de Laura León y Yaiza Flores



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