viernes, 4 de diciembre de 2009

LITERAL VIII


La primera vez, ocurrió en una de las excursiones del campamento. Mi grupo y otros más estábamos alrededor de la hoguera más grande que había visto nunca. Habíamos ganado la carrera a través del bosque y estaba muy orgulloso de ello. El último grupo en llegar fue, por sorpresa, el de los chicos más mayores del campamento. En él estaba mi amigo Will. Al verle, se me nubló la vista, me mareé y mi brazo comenzó a moverse solo hasta adentrarse en lo más ardiente de la hoguera. En menos tiempo del que me hubiera gustado, me enviaron a casa.
Dos semanas después, Will también volvió. Me preguntó la razón de que me autolesionase aquella noche, pero como no sabía la respuesta, le contesté que había intentando espantar un mosquito que me estaba dando la brasa. Por supuesto, no me creyó. Pasamos junto a un bar, donde un hombre se encontraba fumando un puro enorme, y mi cuerpo volvió a experimentar lo mismo que en la noche del campamento. Sin poder ni querer evitarlo, robé el puro y lo apagué en mi muñeca.
En mi casa y en el hospital empezaron a tomarme por loco y me recomendaron un psiquiatra, que no descubrió el problema. Eso si, entre sesión y sesión me hice amigo de una chica llamada Kate, que padecía de un miedo de muerte a los imanes. Me invitó a su casa y me dijo que llevase a un amigo.
Así, Will y yo nos dirigimos hacia la casa de la ‘magnetofóbica’. Al llegar, vimos que el bloque entero estaba en llamas. Por tercera vez, mi cuerpo sufrió extraños síntomas y se dirigió rápidamente al edificio llameante.
Lo siguiente que recuerdo es estar en el hospital. Me explicaron que Kate había prendido fuego a su casa en un intento por destruir un imán de plastilina hecho por su hermano pequeño en la guardería. Lo peor era que no lo había conseguido.
Dejando de lado a mi difunta amiga, yo me encontraba ingreso intentando aprender a escribir con la izquierda, pero no importaba. El psicólogo me recomendó no volver a acercarme a Will, que parecía la raíz de todos los problemas, y le mandé al cuerno. Yo siempre pondría la mano en el fuego por Will. Siempre. Al menos, la del único brazo que me quedaba.
JAVIER MEMBRILLA

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