domingo, 13 de diciembre de 2009

LITERAL XI


Ya han pasado muchos años, ya he podido dejar el vicio, y qué vicio.
Vivía en Oteruelo de la Vega, pueblo leonés famoso por el maíz y los chorizos. Mi vicio era muy malo, todos los perros me temían, huían de mí. Cada vez que paseaba por la calle corrían para poder esquivar el tener que pasar por mi vicio, y qué vicio. Los dueños de dichos perros me insultaban, me odiaban. Mi familia me intentaba ayudar para que dejase mi vicio, y qué vicio. Todo el pueblo intentaba hablar conmigo para explicarme que no podía seguir con mi vicio, y qué vicio, ya que los perros sufrían, incluso lloraban, no entendían por qué les hacía eso. Siempre todos los perros huían, excepto uno, el de Faustino intentaba hacerme frente, quería matarme para que ya nadie sufriese mi vicio, y qué vicio. Era el único al que yo temía, el único al que cuando veía huía de él, ya que una vez porque me salve mi hermano de él, sino igual no podría estar contando esta historia, la historia de mi vicio, y qué vicio. La gente estaba muy enfadada, me iban a denunciar. Me amenazaron de una manera bastante dura, o dejaba el vicio o iría a la cárcel por maltrato de animales. Porque ese era mi vicio, un maltrato de animales. Mi vicio era el no poder dejar de atar perros con longaniza.

MANUEL MORENO

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