domingo, 7 de marzo de 2010

MICROS MACROS I

Continúan los sueños

De nuevo se vio a sí mismo caminando, esta vez sobre la hierba seca. Tenía las riendas de su caballo negro en la mano y la espada Rugnir en el costado. ¿Por qué Rugnir? ¿Quién le había puesto nombre? Solo era un sueño, estaba totalmente convencido. Anteriormente ya había tenido sueños de este tipo, pero ahora era diferente, como si todo fuese más nítido.
Nítido, pero remoto.
El sol brillaba, pero parecía distante y por momentos titilaba. Luego se transformó en una luz, y una voz gritó desgarrando el aire. Su caballo negro no estaba. Cayó a las sombras y se golpeó fuertemente en la cabeza.
Una lluvia le caló hasta los huesos, helándole el corazón. Luego una serie de luces pasaron rápidas frente al hombre, con los ojos cerrados y temblando de frío y miedo. Una angustia se apoderó de su ser, luego un deseo de escapar, de moverse; y luego nada.
Silencio.
Fuego, susurros, pasos. Le zarandeaban.
-¡Eh!-decía la voz-. ¡Aquí! ¡Sigue vivo!
Unas figuras altas se perfilaron a la luz de una hoguera, alguien tosió.
Pero no pudo abrir los ojos del todo, o lo que vio fue demasiado borroso o no quiso verlo. El alba despuntó en el este, su mujer se levantó. Debía levantarse a desayunar. Era miércoles y esperaban en la oficina.
Se quitó de encima la sábana húmeda y se dispuso a levantarse, frotándose los ojos. No hizo más que levantar la cabeza y ver a su mujer tirada en el suelo. No sangraba, pero no respiraba ni daba ninguna señal de vida. Se aprestó a levantarla ¿qué ocurría? Esta vez juraría estar despierto.
No era así.
El bello rostro de su mujer se transformó, quitando el aliento al hombre, que la soltó enseguida. La cara de su amada trasfiguró en una mueca terrible; dos globos blancos le observaron de nuevo, su boca siseaba y enseñó los dientes amarillos propios de sus pesadillas.
Se echó para atrás como impulsado por un resorte.
-¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre?-se repetía en voz alta. Su mujer, o la bestia que era, comenzó a tambalearse y estremecerse. Se encogió de espaldas, como si le hubiesen propinado una fuerte patada en el estómago; de su espalda salieron protuberancias puntiagudas. Al principio tímidamente, pero finalmente desgajando la camisa.
Lo que se irguió ante él fue demasiado para su conciencia. Aquella cara la había visto antes; era la criatura de su sueño, que estaba siempre presente. ¿Por qué? ¿Qué quería de él? Acaso tenía algo que decirle. Alzó de nuevo el brazo, queriendo tocarle. No tenía nada con qué defenderse.
El mundo se paró.
La luz dejó de entrar por la ventana. Parecía que todo hubiese caído en el más absoluto silencio.
La bestia vomitó, levantó después la vista y volvió a señalarle con el brazo.
-Cuídate de mi amo, tus sueños significan más de lo que tu mente pudiese imaginar.
Dicho esto soltó su alarido y saltó por la ventana sin romper el cristal. Un segundo después su mujer seguía allí, con el ceño fruncido por la preocupación.
-Te estaba llamando pero no me oías-le dijo-. ¿Qué te pasa? Me asustaste.
Él parpadeó un instante, creyendo creer que aquel ser sí era su mujer, la de siempre; ella.
-No pasa nada-dijo con nerviosismo, pero la abrazó inmediatamente. Lo último que deseaba es que ella sufriera las consecuencias de su imaginación. Se estrecharon un tiempo, más tarde la casa quedaría sola.
¡Ay! El mensajero seguía allí, porque mientras él lo tuviese en la cabeza le acompañaría siempre. De nuevo, unos globos blancos parpadearon tras él, en la oficina; para después fundirse, como siempre, en las tinieblas del sueño más profundo.

Extraído de la mente de Euridamo, para bien o para mal; perdición y esperanza. Lean y nunca dejen de soñar.

Euridamo

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