domingo, 29 de noviembre de 2009

LITERAL III


Juego con fuego


En el antiguo Londres no es que resultara muy fácil la vida. Policías por todas partes, ladrones que asaltaban en los callejones más oscuros… Caza de brujas. Lo más temido por todas las mujeres de la región.
Los hombres hacían caso a la leyenda. Cada noche, a las doce, el cielo se teñía de color púrpura, y, los espíritus de las brujas quemadas en el pasado, se aposentaban en los frágiles cuerpos de las mujeres.
Muchos pensarán que ser bruja es una maldición o algo así, pero, en realidad es lo mejor que puede pasarte.
Yo no creía en esa leyenda, pero cuando un día un sombrero y una escoba aparecieron por arte de magia, claro que lo creí.
Ser bruja es el mejor tratamiento antiarrugas, tú solo lo deseas, y vuelves a tener la piel de una chica de veinte años. Dientes perfectos, una silueta deseada por todos… El único inconveniente es que solo podía llevar acabo mis proyectos cuando el sol no hacía acto de presencia.
Decidí crear la primera clínica de cirugía estética del país y de la historia, a la que bauticé con el nombre de: “En un plis, plas, bella quedarás”. Mis precios eran altos, y me volví rica en muy poco tiempo.
En menos de un año toda la población londinense contaba con un cuerpo perfecto, de los que se representaban en las esculturas del arte griego. Bueno, toda la población excepto yo.
Ser bruja no fue totalmente gratis, y el precio que tuve que pagar fue ni más ni menos que mis hermosas manos. El fuego las destrozó.
• Mis humildes manos ya no tienen arreglo- todavía lloro al recordarlo.
Deseo que pedía mi clientela, mis manos lo sufrían. Ni magia ni nada. Y es que al final no sé si mereció la pena poner la mano en el fuego por mis clientes.
PAULA ORDAZ

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