martes, 2 de febrero de 2010

BREVENTOS VI



Eterno 
Era una tarde lluviosa, lóbrega, plúmbea, como todas en esta época. Tenía una cita con ella. Pero no todo era como siempre, esa tarde por fin le abriría mi corazón, le diría lo que pensaba, cuanto la quería, que los cuatro meses que había permanecido a su lado habían sido los mejores de mi vida, y en resumen, que mi corazón siempre la pertenecería.
Salí de casa, arreglado con traje y corbata, era una ocasión especial.  Fui a su encuentro en coche ya que el día lluvioso no me permitió caminar. Allí estaba ella, radiante, más guapa que de costumbre, o no, pero para mí era la viva imagen de la perfección, con un vestido largo y elegante, zapatos caros de charol y maquillaje sofisticado, como a ella le gustaba. La besé y la entregue una rosa roja y lozana, con este gesto insignificante intente transmitir todo lo que sentía. La acaricié tímidamente, como cuando mi  mano rozo su tersa piel por primera vez. Paseamos juntos por el penumbroso y ceniciento laberinto. Mis últimas palabras: “Te quiero”. Y entonces… su ataúd quedo sepultado bajo tierra.

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