Lo que le sucedió
al ingenioso y moderno hidalgo en este nuestro siglo XXI.
Don Quijote y Sancho se preparaban para una nueva
aventura por las calles de Madrid. Después de haber luchado contra gigantes,
ladrones, haber salvado a personas y doncellas en apuros y haberle nombrado
caballero andante, nuestro don Quijote seguía con su locura, y los libros de
caballería como Tirante el Blanco o Amadís de Gaula le empujaron
a buscar nuevas aventuras en un mundo totalmente diferente al que era antes.
Partieron desde Toledo él con su caballo Rocinante,
y Sancho con su asno. Estuvieron varios días de viaje, ya que era un duro viaje
muy pesado hasta Madrid, la capital de España, donde don Quijote siempre deseó
ir. Como siempre, en esta aventura se encontraron cosas extrañas y nuevas para
este nuestro hidalgo. Veían carreteras, autopistas llenas de coches. Don
Quijote, debido a su imaginación pensaba que esos coches eran caballos
corriendo, como si quisieran dirigirse a algún sitio, y las personas que lo
montaban eran caballeros andantes, que iban en busca de aventuras y sus
doncellas, los copilotos eran sus escuderos, como Sancho. Éste se ilusionó a
ver mas personas como él, ya que pocas veces los había visto y pensó que alguno
podría dirigirse a Madrid como él. Le dijo a Sancho de hablar con alguno de
ellos, éste, que sabía perfectamente la locura de su señor don Quijote y que
eran coches y no caballos, no le pareció buena idea, pero su don Quijote era
demasiado cabezón y se dirigió hacia ellos. Intentó hablar con alguno, pero
iban demasiado deprisa y nadie le hacía caso. El hidalgo se sintió ignorado, se
enfureció mucho y empezó a gritar y a maldecirlos por ser tan maleducados y no
hacer caso a un caballero como él. La gente de los coches que pasaban no podían
contener la risa al ver a un hombre en medio de la autopista con armadura,
lanza y escudo montado en un caballo. Don Quijote se sintió humillado por esos
caballeros así que Sancho le convenció para que siguiesen su camino diciéndole
que simplemente eran escuderos aprendiendo a montar a caballo. Don Quijote se
lo creyó y decidieron irse para no hacer
más el ridículo que estaban haciendo.
Después de andar un buen rato, calló la noche, y
buscaron sitio para descansar. Vieron a lo lejos una posada según don Quijote,
éste estaba convencido de que los dejarían pasar la noche allí y así podrían
descansar. Se dirigieron a la gasolinera, que era lo que realmente había.
Don Quijote al entrar pensó dónde podrían estar las
habitaciones para que los forasteros pudiesen descansar, y les extrañó que
fuese una posada tan pequeña, pero estaba seguro, ya que fuera había caballos
atados descansando y bebiendo agua. Así que preguntó al dueño de la posada.
Éste al oír sus palabras y ver su vestimenta no pudo evitar reír, pero don
Quijote se enfureció tanto que empezó a montar un escándalo en toda la
gasolinera y el dueño llamó a la policía para que se llevasen a esos dos locos.
Don Quijote al ver a la policía, pensó que eran unos
ladrones amigos del ventero y querían robarlos e intentó resistirse. Como ya
estaban cerca de Madrid la policía los llevó a una comisaría de allí. Ninguno
de los dos llevaban documentación y don Quijote no hacía más que decir “Como
osáis malditos ladrones arrestarme y robarme a mí, caballero andante de la Mancha”
La policía habló con Sancho ya que parecía tener la
cabeza mejor puesta, y este les contó la historia de su locura debido a los
libros de caballería. La policía no podía creerlo, y llamo a sus familiares.
Esa noche la pasaron en el calabozo, pero al día siguiente, el cura y el
barbero del pueblo fueron a buscarlos y pidieron perdón a la policía por la locura
de don Quijote. De camino ya a Toledo, antes de salir de Madrid, pasaron por un
centro comercial. Don Quijote no había visto nunca un castillo tan grande, que
era lo que en su imaginación veía, y quiso pasar de inmediato. Salió corriendo
hacia ese castillo, y el barbero, Sancho y el cura salieron tras él. Al entrar,
vió a muchas doncellas, caballeros, infantes, gente que trabajaba en el
castillo, y de repente se encontró con su amada Dulcinea. Se acercó a ella y
empezó a declararle su amor y a contar las hazañas que había echo por ella.
Aldonza Lorenzo, que era como en realidad se llamaba, se había marchado del
pueblo para trabajar en Madrid. Sabía perfectamente quién era Don Quijote y la
locura que tenía y se alejó rápidamente, como si no le conociese de nada. Este,
triste y dolorido regresó a Toledo con Sancho y sus acompañantes, y allí le
hicieron ver que los libros de caballería le habían echo perder la cabeza y que
estaban en el s.XXI.
SANDRA JAÉN
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