“De lo que le
ocurrió a Iñaki con dos señoritos sevillanos”
Era una mañana fresca y agradable de
primavera. La puerta del Sol de Madrid se hallaba concurrida, y en uno de sus
pequeños sitios con sombra estaba sentado Iñaki. Estaba tranquilo, sosegado, en
paro. El pobre no tenía nada en lo que pudiera trabajar y era el último mes que
cobraba el subsidio. Había algunos que le llamaban loco, otros, luchador, los
más malos, demente. Y en parte lo era, porque su frase favorita era “cerdo burgués”.
Era muy crítico con el consumismo del siglo veintiuno y defendía a muerte sus
ideales perro-flautas. Le gustaba estar en Sol, porque, según los innumerables
artículos del Veinte minutos que había leído, allí se había originado la mayor
de las revoluciones contra los banqueros y políticos en España.
Iñaki, como de costumbre estaba en su quietud,
observando el panorama matinal, cuando de repente le sobresaltó no una, sino
dos voces chulescas de dos hombres que a su parecer eran sevillanos. El joven
se acercó y acechó durante unos instantes, tiempo suficiente para que esos dos
sujetos, dijeran un parlamento que incomodó bastante a nuestro protagonista:
-Me parece a mí, Tomás, que este Madrid es
bello y agradable, bohemio y extravagante a la vez, el único defecto que le
encuentro es que no tiene un buen club náutico.
-A falta de clubes náuticos, Pepe, buenos son
campos de golf, y una chapita del club del gourmet de esa cafetería tan buena
que hemos visitado.
Y escuchando esto no tuvo otro remedio Iñaki
que saltar al lado de esos dos hombres y comenzar un parlamento que
difícilmente podrán los señoritos olvidar.
-Mucho club náutico y mucho mamoneíto tienen
ustedes. Este Madrid es inigualable, pues ese espíritu de rebeldía que en estos
tiempos lo recorre no son menos que admirables. Revolución es lo que hace falta
, valor y ganas. Asustaros deberíais agentes del consumismo y capitalismo, que
yo soy Iñaki de Molina, mas conocido como el “Joven de flauta sin perro”, estoy
sindicalizado y defiendo y lucho por los derechos de los que trabajan.
Anonadados y confundidos los dos señoritos
sevillanos se pidieron unas cañas y unos montaditos. Y decidieron divertirse un
poco con aquel hombre, claro ellos desconocían hasta entonces lo que era Madrid
y la cantidad de personajes variopintos que en aquella ciudad convivían.
-¿Que te parece, Tomás, que disfrutemos de
unas cañas con este nuestro nuevo amigo?
-Simplemente, me parece.
En poco tiempo, trajo el camarero un par de
jarras de cerveza y algo pequeño que debería de ser el supuesto tentempié.
-Cuéntenos más- dijo Pepe- ¿por qué lleva
usted esta vida?
-No la llevo, la cargo a las espaldas, por que
me pesa. Vivo con mi madre, una pesada, a mi padre poco lo veo, pues es
taxista. Pero esta plaza es un rincón para mí de tranquilidad.
Iñaki se levantó, se giró y les mostró todo el
esplendor de aquel lugar. Hubo pasado un segundo, cuando los dos sevillanos
corrían que se las pelaban hacia una de las calles afluentes a la plaza. El
joven gritó tres palabras, y comprendió lo que pretendían. Se bebió el culillo
de cerveza que aún quedaba, también los restos de aquel montadito. Sobresaltado
por los gritos, apareció el camarero.
-La cuenta, por favor. - dijo Iñaki, y siguió-
Hay que joderse, vienen, comen y disfrutan y al final siempre lo mismo... siempre pagamos, trabajadores y jóvenes ilusionados, que intentamos conseguir
en la vida aquello que nos proponemos,
los problemas que ricos y políticos ocasionan.
Es pesado, pero es
real y no podemos seguir así.
Jesús Carreras.
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