Era
una apacible mañana de sábado. Don Quijote despertaba en la venta pensando en
emprender una nueva aventura; tan emocionado estaba que no se daba cuenta de
que todo había cambiado ''ligeramente''. Como siempre, se negó a pagar, pero el
cura la noche anterior ya había dado el dinero de esa noche al ventero. Cuál
fue su sorpresa que al salir se encontró con un extraño dragón a lo lejos, y él
con su afán de aventura, fue corriendo todo lo que Rocinante le permitía hacia
él.
Pero
no todo era tan sencillo, estaba rodeado de gente, demasiada gente, según él
pueblerinos que estaban siendo atacados por personas en ''alfombras voladoras''
y ''toros furiosos''; lo que en realidad eran atracciones de feria.
En
cuanto lo descubrió, fue a defender a un pequeño niño que estaba llorando
encima de un ''toro furioso'' (coches de choque). Todo el mundo pensaba que don
Quijote era parte de un espectáculo, por lo que nadie se asustó cuando empezó a
pegar lanzazos contra el coche de choque, nadie excepto el dueño de las
atracciones, que salió furioso corriendo detrás de él, y es que había dejado
inutilizable la atracción. El cura, que sí que se daba cuenta de todo, devolvió
el niño a sus padres e intentó llevarse a don Quijote de nuevo ala venta, cosa
que resultó imposible ya que resultaba tan resbaladizo que se escapó y
consiguió colarse en la noria. Apenas había conseguido desviarse de la vista de
Sancho y el resto cuando vio la altura a la que estaba, y le entró tanto
vértigo que cayó mareado.
Así
es como al fin pudieron devolverle a la venta y acabar el ajetreado día que
supuso la expulsión tanto de él como de Sancho, el cura y el barbero.
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