lunes, 28 de mayo de 2012

QUIJOTIZANDO EL SIGLO, XVIII



La aventura que Don Quijote tuvo con su doble

Mientras Sancho
terminaba de digerir el cacho de queso con pan, don Quijote posaba los ojos en
aquel lugar tan sorprendente para él. Utensilios enormes de metal moviéndose
más veloces que su Rocinante por una especie de gusanos grises, torreones
acristalados donde habitaban las más bellas doncellas, alimentos extraños…
El aventurero Don
Quijote estaba asombrado por todo lo que había visto en la ciudad de Madrid. Y
la verdad que no extrañaba la “tranquilidad” de la Mancha. Intuía que en
aquella ciudad de tanto movimiento iba a desempeñar un gran papel en infinidad
de aventuras.
Al fin consiguieron
salir del jardín real y dirigirse a una
plaza donde se iba a organizar una buena.
Mientras iban de
camino, muchas personas se paraban a observarles. Don Quijote tuvo una
respuesta para ello:
-
¿Ves Sancho? Las personas nos observan como si fuéramos unos héroes,
pues han llegado nuestras aventuras caballerescas a sus oídos y ahora al
vernos, como puedes observar a tu alrededor, que tienes a varias doncellas
boquiabiertas, han confirmado que son ciertas y no falacias como otras cuantas.
Sancho miraba extrañado
y se le notaba bastante inquieto. No tuvo palabras hasta que un hombre joven le
gritó:
-
Ay Sancho… Yo que tú me iba a mi casa porque este ni te va a
conseguir ínsulas, ni tierras, ni nada…
-
¿Y vuestra merced qué sabe?- dijo Sancho- Si mi trabajo es servirle
como escudero a mi amo y ofrecerle toda mi ayuda en sus aventuras. Aún no he
obtenido ninguna ínsula pero jovencito todo
llega para el que sabe esperar.
El muchacho hizo caso
omiso a lo que para él aquel chalado decía y dejó vía libre para que los
aventureros siguieran su camino a la plaza que tanto quería ver Don Quijote.
Al fin llegaron al
punto de partida de una buena aventura… La plaza de España.
Quijote quedó perplejo
al ver que le esperaba en aquella plaza otro Quijote igual que él, con lanza en
mano, esperando retarse en duelo con él.
Sancho no paraba de
decirle que no inventara, que simplemente era un trozo de piedra y que no
temiera por ello hasta que observó que al lado del supuesto Quijote que nuestro
aventurero veía, se hallaba un Sancho Panza echo a la imagen y semejanza del
Sancho de carne y hueso.
En ese instante, Sancho
se dio cuenta de que él mismo era en aquella ciudad muy importante. Quijote no
estaba por la labor de perder a su Dulcinea y entregársela al otro Don quijote,
así que sin pensárselo de dirigió con lanza en mano a por el Quijote falso.
Nuestro caballero no
escuchó los gritos de Sancho hasta que Rocinante frenó en seco y él cayó de
bruces al suelo con la lanza echa astillas y los ojos y los cuchicheos de la
gente que le observaba como un completo lunático.
Yaiza flores

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