martes, 15 de mayo de 2012

MORIR DE LIBROS, VIII



-¿Qué… qué efectos
pueden causar?
Sanz Rebollosa sacó un
tomo de medicina y lo abrió por la letra B.
-Mírelo usted mismo.
Uno de los primeros enfermos se armó caballero andante en el siglo XVII.
Durante varios años sembró el terror en el centro de Inlandia, acompañado de un
cómplice que respondía a las iniciales de S.P. Por razones de seguridad, no
puedo revelarle el nombre de ambos, aunque hasta hace poco circulaban varios
ejemplares de sus biografías en el mercado negro, firmadas por un tal Miguel de
Cervantes. Terrible, ¿verdad?

-o-o-o-



Para la mayoría de las
personas, la palabra sueño equivale a una ilusión que,
de un modo u otro, es
posible. Solo los niños conciben los sueños
como la mezcla de lo posible y lo
imposible. Durante la infancia, soñamos con volar.
Después solo soñamos con
tener un trabajo mejor, una casa en la playa o un perro lanudo. Las adolescentes
sueñan con príncipes azules que les hagan el amor apasionadamente y que al
mismo tiempo sean padres de sus hijos.
Luego se conforman con un marido que no
ronque mucho cuando duerme y que no ponga el earball a todo volumen en la
televisión. Guardan entonces sus fantasías sexuales para desconocidos que
avistan en el metro o para un compañero que las ama ocasionalmente los viernes
a la salida del trabajo, en un hotel discreto a las afueras.
Es la crónica de
lo posible.
La literatura no se conforma con eso.
Quiere explorar todas las
rendijas de lo real.
Y cuanto más improbable sean, más le satisfacen.
selección de Yaiza Flores

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