miércoles, 16 de mayo de 2012

MORIR DE LIBROS, IX



Uno de los primeros enfermos
se armó caballero andante en
el siglo XVII.
Durante varios años sembró el terror en el centro de Inlandia,
acompañado de un cómplice que respondía a las iniciales de S. P.
Por razones de
seguridad, no puedo revelarte el nombre de ambos, aunque hasta hace poco
circulaban abundantes ejemplares
de sus biografías en el mercado negro,
firmadas por un tal Miguel de Cervantes.
Terrible, ¿verdad? Pues no he hecho
más que empezar. ¿Le suena a usted la Revolución Galiana? Agárrese. Por aquél
entonces, más de la mitad de la población estaba infectada de distintas cepas
de bibliófilis.
Enfermos terminales como Rousseau,
Montesquieu o Voltaire
contribuyeron a difundir las ideas infectadas de los libros.
Las masas,
enfermas por la lectura,
se enfrentaron al Gobierno formando hordas rabiosas
que asaltaban los organismos oficiales. El caos, señor mío, es el propósito
fundamental del pensamiento puro. Y ese constituye el factor mas tóxico de los
libros no homologados. De hecho, ahora sabemos que
la guillotina proviene de
las cuchillas utilizadas para cortar las hojas de papel en la imprentas. ¡El
cuello de cientos de honorables dirigentes fue rebanado como el que recorta el
papel sobrante de un libro!

-o-o-o-



-Antes de proseguir, introdujo una mano en su ropa y
me mostró los dos libros que había conservado a toda costa.
Uno eran los Cuartetos de Omar Jayyam.
El otro, el
teatro completo de un tal William Shakespeare.
Yo, por mi parte, había
conservado
Rebelión en la granja, el
ejemplar que nos sumergió de lleno en la bibliofilia y que, al fin y al cabo,
había cambiado el rumbo de nuestra existencia.
selección de Jorge Rodríguez

No hay comentarios:

Publicar un comentario