Él estaba sentado como de costumbre en el bordillo de aquel banco
donde tantas veces me había esperado… Yo no comprendía por qué estaba pasando
todo esto y por qué él no podía estar más tiempo a mi lado pero sin lugar a
dudas empecé a pensar que aquello no iba a durar mucho… Cada tarde yo iba a
buscarle como de costumbre, ya que era verano y no teníamos clase.
Pero aquella tarde él estaba raro, yo no sabía que pasaba pero algo
intuía, él no se dejaba de fijar en otras chicas y a mi cada vez me daba menos
abrazos y alguna caricia insignificante…
No entendía que había hecho mal todos esos años, si éramos felices y
nunca habíamos discutido, ¿qué estaba pasando?, ¿por qué estaba diferente
conmigo? En esos momentos me hubiera gustado meterme en su cabeza para poder
averiguar qué estaba pensando él y poder poner solución a todo aquello de una
vez…
Al fin y al cabo yo no era feliz y al parecer él tampoco lo era…
Decidimos darnos un tiempo y de vez en cuando yo subía a su casa
porque su madre y yo siempre nos hemos caído bastante bien, así que ella y yo
nos veíamos a menudo. Pero aquella tarde fue bastante diferente; yo subía con
una caja de bombones para acompañarlos con un café y charlar con su madre, pero
mi sorpresa fue cuando él llegó de la calle y entró al salón. Iban de la mano,
de la mano del plumero… y yo le vi… Ahora comprendía todas esas miradas que se
cruzaban entre él y ella aquellas veces que quedábamos todos juntos…
NATALIA GAÑÁN
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