viernes, 24 de febrero de 2012

QUIJOTIZANDO EL SIGLO, V



De lo que le aconteció a
Quijote y Sancho en Chinatown
Estaba nuestro Quijote y Sancho en medio de
aquella calle tan estrecha llena de luces y colores, con multitud de gente
andando de un lado a otro.
-Digo, señor, que deberíamos movernos si no
queremos morir sepultados por estos caminantes, como os pasó con aquellos
pastores de ovejas que vuestra merced atentó.
-¿Cómo dices eso?-respondió
don Quijote-aquella polvareda la hicieron los dos ejércitos, pero como ya te he
dicho, ese enemigo mío, el sabio Muñatón, envidioso de la gloria que yo iba a
alcanzar, los transformó.
Mientras nuestros personajes mantenían esa larga
discusión, un gran dragón de tela, típico de Chinatown, se movía por aquella
calle de un lado a otro, haciendo divertir a las personas que a su alrededor se
encontraban.
-Por amor de Dios-dijo Sancho-mire vuestra merced
a su diestra, mire que tremenda bestia viene hacia nosotros.
Y diciendo esto, nuestro caballero de la Triste
Figura, dio media vuelta, se apeó de Rocinante y en un momento sacó su espada.
-¿A dónde estás cobarde dragón? Vente a mí, te
quitaré la vida y daré libertad a todo campesino, ven a probar mis fuerzas
temeroso dragón.
Sus palabras sonaron como eco a lo largo de la
calle, haciendo que todas las miradas se centraran en él, pero don Quijote, sin
retomar en ello, clavó la espada en la tela, haciendo que las personas que se
hallaban en su interior, salieran asustadas por lo sucedido.
Todas las personas que allí se hallaban,
comenzaron a aplaudirle como si aquello fuese parte del espectáculo.
-¿No lo decía yo?-dijo don Quijote- jamás seré
vencido y gracias a mi ardiente espada conseguiré triunfar. Ahora, mí fiel
escudero, continuemos nuestro camino que aún muchas batallas nos
depararán.
-Así debe de ser-respondió Sancho- y ya que
vuestra merced decide continuar, deberíamos descansar en alguna venta, como en
aquella que tan enredada aventura tuvimos.
Y así fue, como nuestros dos famosos personajes
salieron victoriosos de esta nuestra aventura jamás contada.
Laura Plaza

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