domingo, 20 de noviembre de 2011

POR PRINCIPIOS IX




El caso de Pedernoso

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero
acordarme, tuvimos que ir dos simples agentes de la policía nacional a resolver
el caso del asesinato de dos chicas, las cuales fueron asesinadas durante una
fiesta que se celebraba cada año en un pueblo de la Mancha, El Pedernoso. Yo
estaba ha punto de casarme, pero necesitaba este caso para olvidarme de todo un
poco, sobre todo del lío de la boda.
Cuando llegamos allí, mi
compañera Yolanda y yo pensamos que parecía un pueblo adorable, sin imaginarnos
que allí mismo hubieran matado a dos chicas.
Nos acogieron en una especie de
cabaña, tipo bungalow de un camping. Allí empezamos a discutir quién podía ser
el asesino, pero no solo nosotros, el cuerpo de la guardia civil que también
trabajaba en este caso pudieron recoger algunas pista, pero no las suficientes
como declarar culpable a nadie. Nos fuimos a revisar todas la pistas, una a
una, pero ninguna nos llevaba a ninguna conclusión.
Sin quererlo, y como si hubiera
sido nuestra culpa haber ido allí, asesinaron a otra chica del pueblo de la
misma manera que las demás: violadas, obligadas a beber y muertas, ahogadas por
culpa del alcohol. Pero esta vez el asesino se olvidó de un elemento que
echaría de menos, su móvil.
Miramos si contenía alguna
información sobre el supuesto asesino. Pero no hubo nada que nos sirviera para
resolver de una vez por todas el caso. El caso es que tenía fotos de las cuales
nos quedamos bastante sorprendidos porque uno de los guardias que nos ayudaba
salía en ellas. Le interrogamos pero las pruebas no eran sufrientes. Hasta que
un día, sin saber por qué, un vecino se declaró culpable, pero no le sirvió de
nada porque no era él, pues esa misma noche volvieron a matar a otra joven. De
las misma forma que a las demás.
La situación era la siguiente:
cuatro chicas muertas y pruebas que no nos servían.
Ante esta situación solo nos
quedaba una cosa: volver a hacer la fiesta y vigilar todas las posibles
salidas. No pasaba nada, hasta que, justo al borde de la desesperación, ocurrió
algo que nunca nos hubiéramos imaginado. Perdimos de vista a un chaval que
acababa de entrar en el cuerpo de la guardia civil, así que decidimos ir tras él.
Y justo antes de volver a matar a otra chica le pillamos. Pero no era el único
que estaba allí con él, sino también el hijo de la alcaldesa. A los dos nos los
trajimos a Madrid. Les cayeron tres años de cárcel. Yo me casé, y aquí sigo de
policía, pero resolviendo casos de asesinatos. Cuando yo entré como una policía
más.

ANA
LLOPIS 1B

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