miércoles, 30 de noviembre de 2011

POR PRINCIPIOS XXXIII




El escondite.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde…
Soleada, tranquila, donde el brillo del sol conseguía aún más la sensación de comodidad sentado en un pequeño columpio construido para su pequeño Isaac.
Era el día de su sexto cumpleaños, el pequeño recibió un regalo que todo niño adora… una bicicleta.
Isaac en agradecimiento, dibujó un dinosaurio para su padre, que sonreía mientras cogía de la mano a su esposa.
Ese momento, le llenó de felicidad y emoción.
Su gran amigo y próximo compañero de pelotón Martínez, se encontraba en la fiesta del pequeño como uno más.
Reían, bailaban y cantaban como si se tratara de una fiesta local.
Dejó de recordar ese día cuando apunto estaba de recibir una bala en el cráneo.
Un comando aliado comenzó a disparar sobre su posición, el pelotón de Aureliano, por separado, buscaron un escondite.
El pelotón de fusilamiento alemán dirigido por el brigada Weiggner, encontró al soldado Martínez.
Aureliano impotente veía cómo le dispararon tras una rendija de una taquilla en la cual se encontraba escondido.
Una hora más tarde, se escuchaban voces, gritos y disparos… como personas gritaban de dolor.
Cinco soldados abrieron la taquilla y apuntaron al coronel Aureliano que no veía nada debido a una linterna que le deslumbraba.
El coronel, apunto de ser asesinado, extrajo el dibujo de su hijo y lo abrazó.
Cuando Isaac cumplió quince años, el padre Aurelio le contó dicho recuerdo añadiendo.
Aquella linterna que me cegó y pensaba que iba a ser la persona que me ejecutara, era mi gran amigo y compañero Martínez aquí presente, el cual creí muerto y también fue mi salvador.


David Ruiz Meira

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