Tengo que intentar escribir cuatro palabras para no volverme loco y caer en la depresión.
Si no escribo cuatro palabras suspendo. Me estreso y noto como la mesa se va
haciendo cada vez más pequeña. Mi compañero de mesa me mira mal. Me dan ganas
de gritarle e insultarle, pero no puedo, tengo que escribir cuatro palabras. Se
me cae el estuche. Me agacho a recogerlo y ya no está. No importa, intento
escribir otra vez, pero mi boli ha desaparecido. No le doy importancia e
intento levantar la mano para que el profesor me dé otro, pero me quedo por el
camino. Estoy rodeado de agua, las letras de la pizarra caen como si tuviesen
peso propio. Mi profesor ya no está, ni mi compañero. Me levanto y el agua me
rodea. Quiero un boli, tengo que escribir cuatro palabras. Encuentro mi estuche,
abierto. Lo cierro de un golpe seco y todo el agua que había en la clase cae de
lleno encima de mí. Ahora todos mis compañeros me miran mal y mi profesor me
pregunta qué me pasa. “Tengo que escribir cuatro palabras”, le contesto.
Alejandro Rodríguez
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